EL SUICIDIO EN ESPAÑA
Actualmente, en este mundo de la comunicación, si de algo no se habla o no se escribe, parece que no está ocurriendo. Sin embargo, solo es una ilusión: la gente se sigue suicidando a nuestro alrededor. Cualquiera pensaría que no es un asunto importante si entrase en la web del Instituto Nacional de Estadística y viera que las estadísticas actualizadas corresponden al año 2006. Encontramos gráficas de lo que está ocurriendo en Europa a través de Eurostat —encargado de proveernos de las estadísticas sobre la salud en los países miembros de la UE—, o, bien, gráficas mundiales publicadas por la Organización Mundial de la Salud. Pero, tras haber leído detenidamente el índice del informe del año 2016 del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, titulado “La salud y el sistema sanitario en 100 tablas”, lamentablemente solo vemos que se le dedica una línea a este problema: «Dentro de las principales causas externas de muerte —es decir, no por enfermedad— en el año 2014 hubo un total de 3.910 suicidios, de los cuales 2.938 eran hombres y 972 mujeres». Únicamente algún medio de comunicación o alguna web especializada nos provee de información de lo que está pasando en nuestro país.
SIN CIFRAS FIABLES
Estamos acostumbrados a entrar en la red y encontrar todo tipo de gráficas con multitud de datos sobre los temas más variopintos. No pasa lo mismo cuando pretendemos encontrar estadísticas sobre el suicidio. Comenzamos a entender la raíz del problema al leer el artículo “El imposible mapa de los suicidios en España”, que publicó el periódico “El País” este pasado mes de junio. Según un estudio realizado por investigadoras de la universidad de Cantabria, en el que analizaron unas 43.000 muertes por suicidio en las 50 provincias españolas durante el periodo 2000-2012, se llega a conclusiones de lo más extrañas. Por ejemplo, parecería que los malagueños se suicidan el triple que los madrileños, los cuales tendrían una tasa bajísima de suicidios, o bien que las mujeres prefieren suicidarse en primavera, mientras que los hombres suelen tomar la decisión en verano.
Por otro lado, el psicólogo clínico Javier Jiménez, presidente de la “Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio”, reconoce que «desconocemos la envergadura del problema en España. Entre otros casos llamativos está el de la comunidad de Madrid, que registró un aumento del 250% en el número de suicidios entre 2012 y 2013. Pero este registro, en realidad, solo fue debido a un cambio en la metodología. Probablemente, cogiendo bien los datos de los Institutos de Medicina Legal en toda España… quizá se registrarían 1.000 suicidios más cada año», sospecha el autor.
El presidente de la AIPIS duda de la clasificación del Instituto Nacional de Estadística de muerte por causas externas. Como muestra, en 2015 hubo 2.783 defunciones por caídas, 2.672 ahogamientos letales, 1.880 fallecimientos en accidentes de tráfico y 679 envenenamientos con psicofármacos y drogas de abuso. Para él, «muchos de estos fallecimientos podrían esconder un suicidio».
LOS SUICIDIOS AUMENTAN
Los datos pueden ser diferentes según la fuente, pero algunos de ellos son irrebatibles. Es un hecho que los hombres se suicidan más que las mujeres. Incluso hay quien se atreve a trasladar los datos a gráficas en las que se puede comprobar cuántas personas y en qué provincias españolas se producen más suicidios.
Los investigadores intentan racionalizar el fenómeno. Algunos dicen que las diferencias podrían tener relación con el nivel educativo, siendo las personas con menos estudios aquellas que se suicidan más. Otros hablan de la edad (siendo los mayores de 85 años en los que más se da un incremento de los síndromes depresivos), la que los lleva al suicidio. También se comenta, obviamente, la relación entre el suicidio y la situación económica. Pero incluso hay quien encuentra un vínculo entre la falta de oxígeno en los pueblos de montaña o la concentración de litio en el agua potable y el estado de ánimo. Hay muchos estudios, pero pocos datos en cuya fiabilidad podamos confiar.
Según otro artículo del periódico “El País”, publicado en marzo de 2016, titulado “El número de suicidios duplica al de los muertos por accidente de tráfico”, una cosa es evidente: mientras que se trabaja para prevenir las muertes en carretera y estas van disminuyendo (en general, aunque hay años que constituyen excepciones), no debemos estar actuando adecuadamente en relación con los suicidios, ya que estos no paran de aumentar. En concreto, en el año 2014, mientras que las víctimas de accidentes de tráfico eran 1.873, la cifra de suicidios —que el Instituto Nacional de Estadística difundió— fue de 3.910 personas, es decir, el doble y, además, la mayor registrada desde 1980, cuando el INE empezó a tomar nota de esta información.
En ese mismo artículo el psiquiatra Santiago Durán-Sindreu, especialista en suicidios del Hospital de Sant Pau de Barcelona, nos habla de la tendencia ascendente del número de suicidios desde hace décadas: 1.652 casos en 1980, 2.939 casos en 1990 y 3.393 en el año 2000. Nos avisa de que «la tendencia ascendente es preocupante. Parece que este fenómeno ha llegado para quedarse. Sea cual sea la causa, y decir que solo ha influido la crisis económica es un argumento muy reduccionista, el incremento de casos es de suficiente magnitud para que las instituciones públicas trabajen en planes de prevención».
MUCHOS FACTORES
Si en algo concuerdan las fuentes consultadas es en definir las causas del suicidio como multifactoriales. Según la psicóloga Antònia Rayó, en su artículo “Suicidios: datos, estadísticas y trastornos mentales asociados”, nos cuenta que «una persona que está pensando en suicidarse tiene detrás una historia personal y familiar, además de una cierta predisposición psicológica. El suicidio no es un evento aislado, no hay una sola causa. Es algo multifactorial. Hay detonantes, pero está claro que no se toma la decisión “solo” porque te haya dejado el novio/a o porque has perdido tu trabajo. Si así fuera, todos nos habríamos intentado suicidar en algún momento. Los intentos de suicidio pueden estar motivados por una mezcla de factores genéticos y ambientales.»
Rayó también nos cuenta que, «según los expertos, cuando alguien ejecuta la decisión de suicidarse —es decir, un segundo antes de realizar la acción—, en la persona se produce una reacción de “cortocircuito”. Podría decirse que sufre una especie de enajenación mental transitoria, donde fracasa el instinto de supervivencia».
Todos coinciden en decir que aquellas personas que deciden quitarse la vida no tienen por qué tener ningún trastorno mental. Aunque las estadísticas apuntan que una de las causas más comunes de trastorno mental que culmina en un intento de suicidio o en un suicidio consumado es la depresión. Por otro lado, están todos aquellos trastornos influidos por el uso de sustancias como el alcohol o las drogas, la esquizofrenia, el trastorno límite de la personalidad o el trastorno bipolar. Además, nos ha sorprendido lo que los expertos denominan “suicidio racional”… que no es más que el resultado de una decisión meditada.
Por su lado, Charles Raison, experto en salud mental y profesor de psiquiatría en la Universidad de Arizona, en un artículo titulado “Las tres razones que llevan a una persona a pensar en el suicidio”, nos cuenta que, aunque a veces los intentos de suicidio son como gritos en los que se está pidiendo ayuda, en general se pueden reducir a tres las razones por las que la gente se quita la vida: «Ocasionalmente la gente se suicida debido a que se enfrenta a una condición incurable que solo les augura un corto futuro lleno de dolor (…); otro pequeño porcentaje está formado por aquellos que se encuentran en un episodio psicótico y creen que deben morir por alguna razón que no tiene sentido para nadie más que para ellos; (…) pero la gran mayoría lo hacen debido a que están perdiendo la batalla contra una depresión severa».
JÓVENES Y REDES SOCIALES
Según el Instituto Nacional de Estadística, el suicidio es la tercera causa de muerte en España de las personas con edades comprendidas entre los 15 y los 29 años, después de los accidentes y del cáncer. Los últimos datos disponibles nos dicen que casi un 8% de las personas que se suicidan tienen menos de 30 años. Si pensamos a nivel global y nos acogemos a las cifras que dio la OMS en 2013, vemos cómo en los últimos años los jóvenes y adolescentes, principalmente los europeos, están viéndose especialmente afectados por este fenómeno, que da como resultado que en el mundo se suiciden alrededor de 600.000 menores de 28 años.
En el caso del estudio, publicado en “ScienceDirect” en marzo de 2017, se proponen algunos factores que pueden estar vinculados al suicidio de jóvenes y adolescentes. Parafraseando lo que los expertos escriben sobre los factores desencadenantes: quizá una enfermedad crónica dolorosa, un trastorno psicológico que no necesariamente ha sido diagnosticado, variables concretas de la personalidad, la alta carga de estrés emocional que padecen… Incluso nos hablan de una causa que está en auge en los últimos años: el bullying. «De hecho, en relación a este lastre en la UE se estima que lo padecen alrededor de 24 millones de niños y jóvenes al año, lo que supone que 7 de cada 10 padecen alguna forma de acoso o intimidación, de tipo verbal, físico o a través de las nuevas tecnologías de la comunicación. Lamentablemente, continúa el tradicional abuso en el colegio y además se le unen las nuevas vertientes de acoso como es el bullying electrónico, extendido principalmente en EE.UU., Reino Unido, Francia, Holanda, Rusia y también en España (…) Estas formas de maltrato generan una presión, en ocasiones intolerable, viendo los jóvenes en el suicidio la única alternativa de escape posible.»
¿Y LOS MÁS INTELIGENTES?
Existe una gran cantidad de literatura que relaciona el suicidio con altos coeficientes intelectuales. La psicóloga Valeria Sabater escribía en septiembre de 2017 sobre la vinculación de la inteligencia con la depresión. En un artículo muy interesante nos cuenta cómo, «aunque una elevada inteligencia no contribuye necesariamente al desarrollo de algún trastorno mental, sí que es cierto que existe un riesgo y una predisposición a la preocupación excesiva, a la autocrítica y a percibir la realidad de un modo muy sesgado, tendente a la negatividad. Todos estos factores conforman, en muchos casos, las circunstancias propicias que pueden acabar en depresión.»
Hemos encontrado una explicación evolucionista, que parece bastante sensata, sobre la preocupación como un factor evolutivo positivo, publicada hace un par de años en un artículo de “El Confidencial”. Los autores de un estudio divulgado en la revista “Personality and Individual Differences” creen que «la capacidad de estar preocupados era muy útil para nuestros antepasados, pues les daba tiempo a anticiparse a las posibles amenazas. Desde un punto de vista evolucionista, los costes de preocuparse por una amenaza que finalmente no ocurre son menores que los que tiene fracasar a la hora de trazar un plan para evitar una amenaza que sí se materializa. Por desgracia, el precio que hay que pagar por ser inteligente es elevado y viene acompañado, entre otras cosas, por una mayor tendencia a padecer depresión».
Varias publicaciones señalan distintos estudios con personas muy inteligentes, como el que Sigmund Freud hizo a un grupo de niños/as —entre los que estaba incluida su hija Anna Freud— con un coeficiente intelectual superior a 130. Con el tiempo, el ensayo concluyó que casi un 60% de aquellos niños acabó desarrollando un trastorno de depresión mayor.
También se menciona en varios medios, entre ellos en la web “La mente es maravillosa”, el experimento, que realizó el psicólogo Lewis Terman, que inició en los años sesenta con niños/as —a los que llamaron los “termitas”— de elevada capacidad intelectual. «A finales de los noventa, aquellos termitas afirmaron que tener una inteligencia elevada está relacionada con una menor satisfacción vital. A pesar de que muchos ocuparon una posición relevante en la sociedad, una buena parte intentó suicidarse en más de una ocasión o cayó en conductas adictivas como el alcoholismo. Otro aspecto significativo que declaró este grupo de personas y que puede verse también en quienes presentan unas elevadas capacidades intelectuales es que son muy sensibles ante los problemas del mundo». Partiendo de esa base y dado el estado actual de nuestra sociedad, es incuestionable que la gente muy lista esté muy deprimida.
TABÚ
Vemos cifras realmente alarmantes, pero, como en otros muchos temas, nuestra sociedad no se enfrenta cara a cara ante los problemas. Este caso no es una excepción y seguimos temiendo hablar del suicidio. Sin embargo, el psiquiatra Charles Raison piensa que «no es verdad que hablar acerca del suicidio incremente la probabilidad de que ocurra. De hecho, los estudios sugieren lo contrario». Por lo que nos recomienda que «si un ser querido tuyo está deprimido y está batallando con la voluntad de vivir, una de las mejores cosas que puedes hacer, además de darle atención de salud inmediata, es mantenerte en contacto constante y actuar inmediatamente si se nota que su deseo de morir se intensifica».
Carles Alastuey, coordinador de “Después del suicidio –Asociación de Supervivientes-” explica en un artículo publicado hace un par de años en “El Confidencial”… que «el suicidio es una cuestión de salud pública de primera magnitud y durante años –aún sigue ocurriendo– ha sido un tema tabú en la sociedad del que no se habla en voz alta y la cultura establecida es que se debe pasar por un duelo como el de cualquier otra muerte. Pero no es así. Los interrogantes que despierta una pérdida de este tipo crean traumas muy profundos, difíciles de superar. Y la realidad es que no existen prácticamente unidades de prevención del suicidio ni tampoco programas de psicólogos y psiquiatras que se ocupen específicamente de personas con estos síntomas o de las llamadas de familiares que pierden a un ser querido tras un suicidio consumado y que inevitablemente quedan marcados de por vida».
Para luchar contra ese tabú se han formado asociaciones como “Després del Suïcidi” que en su página web nos transmite sus objetivos de generar un espacio para acompañar a los supervivientes a la muerte por suicidio en su duelo, a la vez que intentan contribuir en un cambio de la forma de hablar del suicidio y de sus terribles consecuencias. Nos dicen que «es necesario romper el silencio que lo envuelve, que los sistemas de prevención mejoren y que las administraciones dediquen mayores esfuerzos y recursos a la atención de los supervivientes»; es decir, a la atención de las familias.
LA OLVIDADA PREVENCIÓN
Con los datos analizados y los testimonios leídos, es evidente que los gobiernos deben establecer compromisos para establecer y aplicar planes de acción. Es lamentable leer que, a pesar de las cifras de suicidios, solo 28 países tienen estrategias de prevención del suicidio y solo 60 países cuentan con cifras fiables.
Tomamos las conclusiones del informe “Prevención del suicidio: un imperativo global”, publicado en 2014 por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y parafraseamos lo que allí se cuenta sobre la necesidad de establecer una estrategia nacional de prevención del suicidio. Para ello sería esencial contar con medidas de prevención como: vigilar, restringir los medios utilizables para suicidarse, proporcionar directrices a los medios de difusión, reducir el estigma y concienciar a la ciudadanía; así como capacitar al personal relacionado con la salud, la educación, el empleo, el bienestar o la justicia social. Para la OMS, «un elemento clave es hacer de la prevención una prioridad multisectorial (…) La estrategia debe adaptarse al contexto cultural y social de cada país y establecer mejores prácticas e intervenciones basadas en datos científicos con un abordaje integral. Deben asignarse recursos para lograr objetivos a corto, mediano y largo plazo y debe haber una planificación eficaz (…) A largo plazo, es importante tener presente que la reducción del suicidio depende solo en parte de la reducción del riesgo. El fomento de los factores protectores ayudará a construir un futuro en el cual las organizaciones comunitarias presten apoyo a los necesitados de asistencia (…) donde haya un clima social en el cual la búsqueda de ayuda ya no sea tabú y se promueva el diálogo público.»
ALEJANDRO ROCAMORA, especialista en suicidios
La familia, un antídoto contra el suicidio
Dada la cantidad de preguntas que nos vienen a la cabeza al escribir estas palabras, acudimos a un doctor en Psiquiatría, con el fin de que nos ayude a solventar alguna de nuestras dudas. Alejandro Rocamora acaba de publicar su último libro, “Cuando nada tiene sentido”, en el que reflexiona sobre el suicidio desde la logoterapia. Este libro está especialmente dirigido a todos aquellos profesionales de la salud o voluntarios que prestan su ayuda en los servicios de urgencias y atienden a personas con alto riesgo de suicidio. Le pedimos que nos intente resumir alguno de los puntos cruciales del libro y otras cuestiones que no entendemos:
-El título de su último libro, “Cuando nada tiene sentido”, nos mueve a pensar que nos va a hablar sobre la esperanza. ¿Nos podría adelantar alguna herramienta para permanecer esperanzados, incluso en esas circunstancias?
-El libro se inspira en el pensamiento de V. Frankl (psiquiatra vienés que sufrió el encarcelamiento en un campo de concentración nazi) que defendía que la persona siempre es libre para tomar una actitud sana ante la adversidad. Por esto, hay que insistir en que la persona en cualquier circunstancia (enfermedad mortal, ruptura sentimental, muerte de un ser querido, paro prolongado, etc.) siempre puede ser capaz de sobrevivir, pero debe encontrar el sentido a esa adversidad. Considero que en esos momentos de gran angustia un “nosotros” acogedor (familia, amigos, etc.) es el mejor talismán para superar los deseos de muerte.
-¿A qué achaca el incremento en el número de suicidios en España en los últimos años? ¿Somos cada vez menos resilientes?
-Bueno, en primer lugar, hay que señalar que en el último año del que tenemos estadísticas, 2015, en España el número de suicidios había descendido en 308 casos respecto a 2014. En segundo lugar, debemos recordar que no existe una sola causa por la que una persona elige morir —“morir por propia mano”— pues esta conducta es multidimensional y multicausal. Y, también, debemos afirmar que son varias circunstancias las que ayudan a neutralizar la idea de morir, como una personalidad sana o un contexto acogedor y seguro. Dicho esto, sí es verdad que, cuanto más sanos seamos mentalmente, más recursos tendremos para afrontar la adversidad y menos riesgo habrá de tomar la decisión de morir. Es evidente que la persona resiliente es capaz de gestionar de forma saludable cualquier adversidad y, en este sentido, es un buen freno para neutralizar la angustia y elegir vivir.
-¿Cuáles cree que son, desde su punto de vista, las razones que llevan a muchos más hombres que mujeres a acabar con su vida?
-Es un tema complejo. No existe una razón científica que lo explique. Posiblemente lo que contribuye a esos datos es que los medios empleados por el hombre son más drásticos y mortíferos, sin posibilidad de rescate (arma de fuego, ahorcamiento) y, además, la mujer verbaliza con más frecuencia su deseo de muerte y, por lo tanto, puede recibir la ayuda adecuada, que evite su muerte.
-A nivel colectivo, ¿qué responsabilidad tiene la sociedad? ¿Es la persona enferma la que se suicida o es la sociedad la que está enferma y por ello hay tantos suicidios?
-Como he afirmado antes, la conducta suicida es multicausal. Es evidente que la sociedad y la cultura influyen, aunque no determinan. Por ejemplo, la cultura oriental es más permisiva con el suicidio y esto contribuye a que en esos países las cifras por “muertes por propia mano” sean más elevadas. Otro dato es que la persona que se suicida no necesariamente es un enfermo mental, aunque la OMS estima que entre un 80-90% de los suicidas padecen una enfermedad mental. No obstante, habría que definir qué entendemos por enfermo mental.
-¿Nos podría resumir la esencia de lo que podemos hacer, a nivel individual, cuando intuimos que alguien que está en nuestro entorno tiene la intención o podría, en unas circunstancias concretas, pensar en el suicidio?
-Lo importante para ayudar a una persona que está en “la lógica de la muerte” es que se sienta comprendida y aceptada. Por lo tanto, debemos evitar sancionar, descalificar o quitar importancia a la vivencia suicida. Una actitud de acogida y empática es la mejor manera de poder ayudar al pre-suicida. En algunos casos podemos sugerir la necesidad de consultar a un profesional de la psicología (psicólogo o psiquiatra). Lo fundamental es que siempre tomemos en serio la manifestación del deseo de muerte.
Fecha de publicación: 01/07/2018
Autor: Esther Oliver