... la hipótesis más aterradora

Así que resulta que en Marte hay agua, como ha publicado la prensa en grandes titulares hace poco. Y ya se sabe, ¡el agua es vida!

La idea de que dentro de poco vayamos a tener nuevos amigos procedentes del espacio resulta muy interesante, pero ¿alguien se acuerda de las innumerables precauciones que tomaron los científicos norteamericanos en la expedición a la Luna de 1969 para evitar que los astronautas se trajeran de vuelta con ellos microbios lunares que hubieran podido infectar la Tierra provocando una catástrofe?



El grave problema de los gérmenes extraterrestres

El gran médico francés André Lwoff, del Instituto Pasteur, especialista en microbiología y Premio Nobel de Medicina, estudió en detalle el problema de los microbios lunares.

Antes de montarse a bordo del módulo lunar que les trajera de vuelta a la Tierra, los astronautas tuvieron que limpiarse escrupulosamente para deshacerse de cualquier resto de polvo lunar. Para restregar las botas, contaban con un felpudo especial. Tanto el felpudo como el equipo espacial al completo fueron abandonados en la Luna dentro de una bolsa.

Antes de que la cápsula volviera a la Tierra, hicieron pasar el aire lunar que hubiera podido penetrar en la cápsula a través de filtros de hidróxido de litio para reducir su proporción hasta 10-15, es decir, una millonésima de milmillonésima.

Cuando llegaron a la Tierra, los astronautas fueron confinados en un traje hermético equipado con una válvula para que entrase aire y otra válvula de evacuación con filtro. Permanecieron dieciséis días aislados en un laboratorio especial en el que se introdujeron animales y plantas para observar si caían enfermos al entrar en contacto con los astronautas.

A pesar de todo, el doctor André Lwoff afirma que si en la Luna hubiera habido microbios patógenos, todas estas precauciones no habrían sido suficientes. En realidad, hubiera sido necesario “pasteurizar” a los astronautas para estar seguros de que no presentaban ningún germen.

Por suerte, la probabilidad de que dichos gérmenes existan en la Luna es muy pequeña, pues allí la temperatura es de +120ºC al sol y de -150ºC a la sombra y la presión atmosférica es 10.000 veces más baja que en la Tierra. Además, el aire no contiene oxígeno (necesario para la respiración aeróbica), ni tan siquiera nitrógeno, fundamental para el “ciclo del nitrógeno” en la fermentación, al menos tal y como la conocemos en la Tierra.

Lwoff tampoco creía que existieran virus lunares. De hecho, un virus se define como un pequeño organismo que no puede sobrevivir por sí solo, que únicamente puede existir dentro de las células de otro organismo. Al no haber vida en la Luna, descartaba pues esta posibilidad.

Sin embargo, cabe señalar que esta relativa seguridad que proporciona la exploración a la Luna y que se deriva de las condiciones extremas que reinan en su superficie no puede aplicarse a todos los planetas y, en particular, a planetas como Marte u otros con unas condiciones físicas más similares a las de la Tierra y en donde es más probable que existan microorganismos patógenos.

Supongo que todos esos sabios que envían objetos al espacio han reflexionado largo y tendido sobre estos problemas (y todos los demás). Supongo también que las personas que están planeando una misión humana a Marte tienen igualmente todo esto en cuenta.

De hecho la NASA ya está analizando muestras de polvo obtenidas en la Estación Espacial Internacional para estudiar posibles bioamenazas. De momento han descubierto unas bacterias oportunistas que en el espacio podrían causar inflamación e irritación de la piel de los astronautas, tal y como publica la revista Microbiome. Y han detectado más Bacillus y Staphylococcus en este centro de investigación en órbita de las que hay en tierra firme. También están atentos a las corinebacterias, otra familia de microbios que pueden causar linfadenitis, endocarditis, neumonías, meningitis y otras infecciones. Y en cuanto a los hongos, en la Estación Espacial Internacional predominaba el Aspergillus niger, relacionado con infecciones de oído y pulmonares. También están estudiando cómo afecta al ecosistema de microbios que viven en el hombre el salir al espacio exterior.
 

Vamos a buscar microbios a Marte y aún no conocemos los que llevamos dentro…

Yo por mi parte creo, sin embargo, que en la Tierra ya existen muchos fenómenos naturales que no se entienden y que a menudo ni siquiera se estudian. En concreto, en el ámbito de la salud estoy pensando, por ejemplo, en la función primordial que desempeñan los microorganismos que colonizan nuestro propio cuerpo y que resultan fundamentales para nuestra inmunidad (la flora), y por tanto, para protegernos frente al cáncer y tantas otras enfermedades.

Su papel y su funcionamiento continúan siendo todo un misterio para la medicina. Sin embargo, los científicos más innovadores multiplican el número de descubrimientos sobre este tema. Hace apenas unas semanas, un estudio aparecido en la publicación Circulation Research establece un vínculo entre la flora intestinal y el riesgo de obesidad, los lípidos en la sangre y, por consiguiente, el riesgo cardiovascular.

Otro estudio experimental aparecido en junio de 2015 muestra que la alimentación occidental rica en azúcares y grasas perturba la flora intestinal, lo que provoca una pérdida de las funciones cognitivas y una disminución del rendimiento del cerebro…

En mi opinión, sería lógico explorar en primer lugar estos microbios antes de ir a buscarlos a Marte o a otros planetas.
 

¿Hay extraterrestres?

Aparte de microorganismos, numerosos estudiosos piensan que es muy probable que haya vida más allá de la Tierra. Y parece difícil llevarles la contraria cuando sabemos lo inmenso que es el Universo.

Nuestra galaxia (cúmulo de estrellas) recibe el nombre de Vía Láctea y contiene unos 100.000 millones de estrellas, entre ellas, el Sol.

Pero el Universo, a su vez, comprende alrededor de 100.000 millones de galaxias que de media tienen el tamaño de nuestra Vía Láctea.

Dicho de otra manera, el Universo cuenta con 10 mil millones de billones de estrellas; es decir, un 1 seguido de 22 ceros.

Ahora bien, ¿usted sabe cuántos granos de arena, contando el Sahara, todos los desiertos y playas del mundo, el fondo de los océanos, de los ríos, de los lagos, etc. hay en la Tierra? Solamente cien mil billones (1017).

Eso quiere decir que, por cada grano de arena que hay en la Tierra, existen 100.000 estrellas en el Universo.

Da un poco de vértigo, ¿verdad?

De ahí que algunos sabios consideren que inevitablemente debe existir vida fuera de la Tierra.

Lo que esto implica va mucho más allá.

Así es. Piensa que nuestro planeta existe desde hace unos 5.000 millones de años, pero el arco y las flechas no se inventaron hasta hace 20.000 años. Desde entonces, todo ha ido muy rápido puesto que ya hemos llegado a la bomba atómica, el Iphone 6S Plus, el robot en Marte y los inicios de la inteligencia artificial.

Pero imagina que otro planeta hubiera nacido mil millones de años antes que el nuestro (hay muchos). Allí existiría una civilización que se encontraría también mil millones de años por delante de nosotros. ¿Quién sabe hasta dónde habría llegado? Podemos pensar que hubiera inventado una nueva fuente inagotable de energía, el viaje interestelar (entre las estrellas) o incluso intergaláctico (entre galaxias).

Y lo que es todavía más alarmante: de existir dos civilizaciones de este tipo, podemos pensar que se hubieran encontrado, y una de dos: o consiguieron entenderse y todo está en orden, o bien, están en guerra. Una guerra descomunal, increíble, con armas terroríficas.

Nosotros, por nuestro lado, no nos enteramos de nada porque apenas hemos empezado a examinar las estrellas que se encuentran en nuestro entorno directo. Esas que vemos por la noche en el cielo sólo son una minúscula parte de nuestra propia galaxia. Nuestros potentes telescopios astronómicos no sirven más que para explorar ínfimas partes del Universo, así que no nos debería sorprender no haber observado nada todavía. En cualquier caso, esto no impediría que en algún rincón del Universo, inaccesible para nosotros, tuvieran lugar unos acontecimientos de enormes proporciones.

De todas maneras, si por casualidad una civilización avanzada hostil nos descubriese, para ella aniquilarnos sería tan fácil como lo es para nosotros eliminar un nido de avispas, no digamos ya aplastar una cochinilla.

Estas reflexiones han empujado a algunos investigadores a pronunciarse en contra de la moda de enviar al espacio ondas que señalen nuestra presencia. Es demasiado peligroso, dicen. Para vivir felices, vivamos escondidos.

Otros explican que, en realidad, si dichas civilizaciones avanzadas aún no han venido a echarnos es porque estamos tan atrasados desde el punto de vista tecnológico que no suponemos ninguna amenaza para nadie. Así que no les interesamos. La Tierra podría ser algo así como un hormiguero perdido en medio de la selva amazónica, carente de interés para los científicos, y de todas maneras situado en un lugar tan perdido que nadie se molesta en llegar hasta nosotros. Hasta ahora. Hasta que, de repente, nos encontrásemos en medio de un gran proyecto para construir una autopista…

Otra hipótesis todavía más “creativa” es que las civilizaciones avanzadas hubieran incluido nuestro sistema solar dentro de una “reserva ecológica” que necesita preservarse. Sin saberlo, estaríamos viviendo en un territorio neutro como hemos hecho nosotros de la Antártida; vamos, una especie de zoo.

Nos estarían observando en la distancia como un entretenimiento. Apareceríamos en los libros de sus niños como un ejemplo cómico de formas sorprendentes con vida. Seríamos algo así como esos pingüinos emperador, héroes involuntarios de películas y dibujos animados famosos.
 

La hipótesis más aterradora

Pero la hipótesis que más miedo da sería la de que al 100% de las civilizaciones inteligentes les ocurra algo que les impida explorar o colonizar las galaxias. Puede ser algo positivo, como que hayan descubierto que la clave de la felicidad consiste en quedarse en casa, por lo que ya no experimentarían la necesidad de salir o explorar. O puede ser algo negativo, como un “avance” tecnológico que implicaría su autodestrucción, o tal vez algún peligro insospechado en el espacio, como por ejemplo… ¡gérmenes patógenos!

Por suerte, estamos muy lejos. Imaginaos que una civilización que se encuentra en la otra punta de la galaxia nos hubiera descubierto y decidiera hoy venir a atacarnos… Aunque dispusiera de naves cien veces más rápidas que las nuestras, no llegaría aquí hasta dentro de decenas de miles de años, como pronto.